En el año de 1186, y dentro de la labor repobladora de los territorios que acaba de reconquistar, Alfonso VIII de Castilla funda la ciudad de Plasencia con una serie de objetivos políticos y militares. Tras su fundación el rey dota la ciudad de un Fuero en el que ya son muchas las referencias a los judíos y hasta quince títulos que hacen referencia directa a los sefardíes, en aspectos que incluyen los temas más diversos de la vida diaria como, por ejemplo, el día en el que cada comunidad podía hacer uso de los baños públicos, algo que se incluye en la mayor parte de los fueros reales concedidos en esta época. En el caso de los judíos pacenses, por cierto, su día era el viernes.
Menos de un año después de la fundación de la ciudad se puede constatar en otro documento que, efectivamente, existe una comunidad judía en Plasencia que muestra ya tanto grado de organización como para que el rey otorgue al prelado de la iglesia catedral de Ávila la tercera parte de los impuestos reales, entre ellos el bedinaje de los judíos, que era el conjunto de las multas que imponía el tribunal de la aljama, que dirimía las cuestiones legales que afectaban a los judíos.
A través de este tribunal y de sus propias instituciones los sefardíes de Plasencia tenían la capacidad de decidir sobre sus asuntos con cierta autonomía y algunos derechos que podrían resultar llamativos, como por ejemplo que si bien en las cuestiones legales entre judíos decidía un tribunal judío, en aquellas que debían dirimirse entre un judío y un cristiano se forma un tribunal mixto -un juez de cada creencia- que se reunía en el portal de la Iglesia de San Nicolás.
Durante el siglo XIII la aljama placentina vive unas décadas de esplendor, dentro de una época de bastante tolerancia de los reyes de Castilla con sus comunidades hebreas. Sin embargo, a finales de esa centuria se inicia una época en la que es estatus legal de los sefardíes empeora, lo que implicó que también en Plasencia la comunidad atraviesa épocas más oscuras. Durante estos siglos había un núcleo judío en la zona conocida como de la Mota, alrededor de la sinagoga, pero también había familias judías que residían en otras partes de la ciudad, principalmente en las calles Trujillo y Zapatería y también en la Plaza Mayor.
En 1412 y en virtud de nuevas leyes la comunidad es ubicada al completo en esta zona de La Mota, que se correspondería con lo que actualmente es el Parador Nacional, en el antiguo Convento de San Vicente. Precisamente, en la segunda mitad del siglo XV son expulsados de esta zona para construir el convento, con lo que la judería se instala en las calles antes mencionadas y se construye una nueva sinagoga.
Fueron unos años duros para los sefardíes placentinos, a los que las progresivamente más duras restricciones legales a sus actividades provocan una crisis económica que llega a tal punto que en 1439 la aljama debía de pagar algo más de 10.000 maravedíes como contribución a la hacienda real, pero el soberano fijó el pago en sólo 3.500 maravedíes. Finalmente, con el decreto de expulsión los sefardíes placentinos tuvieron que malvender sus propiedades -incluido el cementerio- y marcharon al exilio en Portugal, del que se sabe que algunas familias volvieron poco después ya convertidas, al menos aparentemente, al cristianismo.
La judería de Plasencia
En una ciudad tan monumental y con tanta belleza como Plasencia, los rasgos de las antiguas juderías son aún visibles, aunque por desgracia muchos de ellos se hayan perdido, como las dos sinagogas que hubo, si bien los restos de la más antigua de ellas se pueden aún encontrar bajo el convento de Santo Domingo, que hoy es Parador Nacional de Turismo. Curiosamente, también la segunda judería estaba en lo que hoy en día es un hotel, el exquisito Palacio Carvajal Girón, un bellísimo palacio renacentista.
También se pueden recorrer las calles de lo que se ha dado en llamar judería nueva, en el triángulo que forman las ya mencionadas Trujillo y Zapatería, con su trazado serpenteante propio de las ciudades medievales. Un bello recuerdo emociona al viajero cuando recorre estas calles, pues se han colocado unas placas en el suelo allí donde vivían familias judía, con los nombres de los antiguos moradores: «Yuçe Alaçán, Abraham Almale, Yuçe Caçes, el hijo de Beroha que se llamaba Samuel».
En los callejones de esta zona también se respira el aroma de la antigua judería, como en la calle Arenillas, donde está el restaurante Casa Juan, que ofrece un delicioso menú de cocina sefardí, una forma inmejorable de mezclar la historia y la gastronomía y también de rendir homenaje a aquellos placentinos sefarditas.
Pero sin lugar a dudas la joya de la judería de Plasencia es el cementerio judío, ubicado en una zona llamada El Berrocal, al otro lado de las murallas. La salida haca este camposanto estaría en una «puerta judía» ubicada entre las de Trujillo y Coria y de la que se han encontrado restos en las excavaciones arqueológicas del Parador de Turismo.
En una ladera y con una ubicación que cumple las leyes talmúdicas -en un terreno virgen, en pendiente y mirando a Jerusalén- aún es posible ver las tumbas antropomórficas excavadas en la roca, en lo que era el último lugar de descanso de los miembros de una comunidad que vivieron en Plasencia durante tres siglos y que han dejado una huella imborrable en la ciudad.
Ruta por la Judería de Plasencia
Con el título de «Ciudad Noble, Leal y Benéfica», Plasencia nos espera con su bellísimo conjunto monumental. Un cruce de caminos y de culturas donde encontramos pistas de su rastro hebreo. Huellas medievales que continúan por callejones y rincones llenos de encanto.
Diario de Viaje
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