Bernardino Riaño Figueroa nació en Posadilla, pueblo cercano a Fuente Ovejuna, y vivió desde que se casó en Badajoz. De pequeño había escuchado que los pueblos fundados por Santa Teresa de Jesús (monja y poetisa española de quien se decía que tenía ascendientes judíos), estaban habitados mayormente por judíos ocultos y conversos. Este es el caso de su familia, que debieron convertirse al cristianismo en aquellos terribles años de la Inquisición y cuyos descendientes aún guardan en la memoria inexplicables recuerdos que reflejan el pasado (y legado) judío en España. A los cuarenta años comenzó a indagar sobre sus orígenes familiares y descubrió sus raíces judías. Sobre las costumbres culinarias nos explicó:
«La Inquisición se remiraba todas las comidas, así que los que tenemos sangre de judíos, no tenemos comidas distintas. Se comía lo que todos: cochinillo en adobo, morcilla cebollada y jamón y no conservamos nada de aquellos judíos. Lo que sí recuerdo era que mi abuela ponía a la vera del fuego, sobre las cenizas, una orza (olla de arcilla) desde la tarde del viernes y todo el sábado y cada uno se servía su plato del potaje (guisado) cuando le venía la gazuza (hambre).

Hoy parece ayer. Curioso era cómo en casa de mis abuelos mataban a las gallinas: no he visto modo igual en otros pueblos. Hacían un corte en el cuello del animal, y después, cabeza abajo,   dejaban chorrear la sangre sobre cenizas que ponían en el suelo. Hace poco me enteré, por gente que viene estudiando más, que era al modo de cómo los judíos sacrificaban a las aves.

Para las fiestas, bizcochos, buñuelos, las floretas con miel, los pestiños y roscas de piñonate. Se hacia todo con aceite virgen de oliva. Muy bueno el aceite virgen. Pero, en los sesenta, nos acostumbramos al refinado, que nos dijeron que era mejor… Qué le vamos a hacer…»

Por Débora Chomski