Tan pronto como en el tercer siglo de nuestra era se sabe que había ya presencia judía en el valle del Ebro, aunque no resulte posible asegurar en qué lugares. Es probable que en Calahorra hubiese sefardíes al menos desde la definitiva conquista cristiana en el año 1045. De hecho, poco después empiezan a tenerse constancia documental de esa presencia judía, sobre todo en contratos de compraventa o intercambio de propiedades, en los que vemos a ciudadanos judíos figurando ya sea como contratantes ya como testigos de las transacciones.
Los primeros tiempos de esta aljama de Calahorra son de tranquilidad y prosperidad: apoyados por los reyes castellanos como en otras zonas del reino, los sefardís calagurritanos cuentan con fueros específicos, poseen parcelas importantes de tierra e incluso ocupan el oficio público de merino, un funcionario que entre otras labores administraba el patrimonio real y recaudaba impuestos.
Esta prosperidad material no sería posible sin una razonable integración social, que puede verse en detalles como que en 1320 la comunidad judía contribuyese, junto a hidalgos, clérigos, el cabildo catedralicio y los hombres del común, a la construcción de unos molinos que aprovechaban las aguas del Ebro, empresa en la que participaron con 750 maravedíes, un 7,5% del presupuesto de 10.000 maravedíes.
Durante el siglo XIII la aljama calagurritana se convirtió en la más importante de La Rioja, por delante incluso de la de Haro. A finales de esa centuria se estima que la población judía estaría cerca de las 500 personas, lo que sería, aproximadamente un 15% de la población total, un porcentaje ciertamente importante. Además, los expertos estiman que durante el siglo XIV aún fue mayor la población hebrea.
Calahorra mantuvo esa posición como la principal aljama riojana durante mucho tiempo, así vemos que en el Repartimiento de 1474, por ejemplo, la ciudad contribuye con 3.000 maravedíes, una cantidad que, si bien está lejos de lo que aportan las grandes aljamas de Castilla, supera holgadamente los 2.500 que pagó Haro.
Sin embargo, esa cifra nos habla de un proceso que se vivió en otras partes del reino: el declinar de muchas aljamas durante la segunda mitad del siglo XIV. En el caso de la de Calahorra, como en el de otras comunidades riojanas, sufrieron un considerable impacto por la guerra fratricida entre Pedro I y Enrique de Trastámara, en el transcurso de la cual incluso algunas juderías fueron asaltadas. Esta situación provocó que en 1370 un grupo de judíos de Castilla, muchos de ellos procedentes de Calahorra, emigrase a Navarra, donde fueron acogidos por la reina Juana, esposa de Carlos II el Malo.
La situación no mejoró significativamente durante el siglo XV, en el que la legislación discriminatoria aumentó significativamente, sobre todo a partir de las Leyes de Ayllón de 1412 y, sobre todo, se fue aplicando con más y más dureza. En Calahorra, este ambiente cristaliza en un progresivo enfrentamiento entre el concejo de la ciudad y la aljama, que a su vez va deteriorando las relaciones entre las comunidades. Un ejemplo de ello es cómo en 1491 los Reyes Católicos obligan a los judíos de Logroño, Calahorra y Alfaro a llevar señales distintivas en sus ropas. Sólo un año después llegaría el decreto de expulsión.
Un patrimonio documental excepcional
Curiosamente, aunque los restos físicos de la judería de Calahorra son escasos, la ciudad sí ha conservado un patrimonio documental excepcional y de gran valía. Entre ellos destaca la llamada Torá de Calahorra, unos fragmentos de la Torá que han llegado hasta nuestros días porque fueron usados como cubierta para dos tomos de las Actas del Cabildo de la Catedral, en cuyo museo se guardan. Se trata de dos partes que conservan secciones del libro del Éxodo, escritos en una elegante caligrafía hebrea y en piel de alta calidad que parece haber sido reutilizada, lo que le daría aún mayor valor.
El archivo también cuenta con una importante colección de contratos de compraventa de tierras y propiedades, de los que tienen un valor excepcional seis fechados entre 1259 y 1340 que están escritos en hebreo. Así mismo, también se encuentra en este archivo la única copia de las deliberaciones de un concilio provincial de 1323 en uno de cuyos artículos se trata de «cómo han de jurar los judíos» cuando eran llamados a hacer declaraciones en los juicios.
La judería de Calahorra
Al contrario de lo que era más habitual, la judería de Calahorra estaba en la zona más alta de la villa, cerca del castillo y de lo que hoy en día es la iglesia de San Francisco, entonces consagrada al Salvador. Existe constancia documental de que en el año 1336 compraron al Cabildo Catedralicio una serie de terrenos, la Torre de la Cantonera y la mitad de la Torre Mayor, todo en las cercanías de lo que actualmente se conoce como el Rasillo de San Francisco. La judería estaba totalmente rodeada por una muralla, en la que se abría al menos una puerta, conocida por el nombre más obvio: puerta de la judería, que estaba en el punto en el que actualmente se unen la calle Cabezo, la de los Sastres y la Deán Palacios.
Algunas calles actuales como de las Murallas o la de San Sebastián recuerdan el trazado y el ambiente medieval de aquella judería: estrechas callejuelas que aquí y allá se abren en miradores como el Balcón de la calle Cabezo, que se elevan sobre los valles del Ebro y del Cidacos y, especialmente, sobre las huertas que aún hoy en día hacen que la ciudad sea reconocida por la calidad de sus verduras. La antigua sinagoga estaba también en el Rasillo de San Francisco, en el espacio que desde 1927 ocupa el colegio Aurelio Prudencio y que antes había sido el claustro de la iglesia de San Francisco.
Ruta por la Judería de Calahorra
Calahorra conserva el trazado circular de la urbe romana. Un laberinto singular de rúas en curvas, calles que no llevan a ninguna parte y otras que se abren a magníficos miradores de los que se observan hermosos valles. Casas humildes llenas de encanto, fieles representantes de las que usaban judíos y romanos durante más de cinco siglos.
Diario de Viaje
Un grupo de destacados periodistas de viaje españoles ha recorrido las ciudades de la Red de Juderías de España, siguiendo su herencia judía y descubriendo una experiencia de viaje intensa y llena de momentos y sensaciones. El fruto de aquellos viajes son sus Diarios de Viaje, reportajes de gran valor literario y gráfico que aúnan la experiencia personal de cada autor con la información más práctica para el viajero, y que se convierten, así, en excelentes formatos de inspiración para todos aquellos viajeros que quieran, como estos periodistas, sentir y descubrir Sefarad.