Pocas ciudades españolas pueden presumir de un pasado que se hunde tan atrás en el tiempo como Tarazona: ya antes de la llegada de los romanos había pobladores celtíberos y después han pasado por ella prácticamente todas las civilizaciones que han ido sucediéndose en nuestro país: romana, visigoda, musulmana, cristiana… y por supuesto, judía.

 

 

Se cree que hubo presencia de sefardíes en Tarazona desde época visigótica y quizás incluso desde las últimas etapas del imperio romano. También parece muy probable que se mantuviese durante el lapso de la dominación musulmana, cuando la ciudad experimentó un notable crecimiento, pero los testimonios documentales se multiplican a partir del momento en el que la ciudad es conquistada por Alfonso I el Batallador en 1119.

 

 

Tras la conquista, el rey concedió al obispo los derechos sobre los impuestos de la aljama, lo que acabó convirtiéndose en una notable fuente de ingresos según la comunidad judía fue prosperando hasta convertirse en una de las más importantes de Aragón. La propia ciudad, situada junto a las fronteras de Castilla y Navarra, se benefició de esa ubicación convirtiéndose en un enclave comercial y estratégico.

Así, durante buena parte del siglo XIII Tarazona vivió una auténtica ‘edad de oro’, en la que sus habitantes sefardíes tuvieron no poco que ver. Una de ellas, la más importante fue la de los Portella, que se habían hecho tan prósperos con el comercio de cereales que en 1267 pagaban ellos solos una quinta parte de los impuestos de la aljama. De 1273 a 1286 Moshé de Portella fue baile real en la ciudad, y fue precisamente gracias a él y su familia que en 1285 Pedro III ratificó en 1285 una normativa general para la comunidad judía turiasonense, en la que se establecía cómo se debían pagar los impuestos.

 

 

El siglo XIV, por el contrario, fue para Tarazona y su comunidad judía uno de declive, que se acentúo sobre todo a partir de la peste de 1348, que castigó especialmente a la ciudad y su aljama. Además, hubo rebrotes de la enfermedad en 1362 y 1369 y varias malas cosechas durante esos años. Por si todo lo anterior no fuese suficiente, la guerra entre el castellano Pedro I el Cruel y el aragonés Pedro IV supuso que la ciudad fuese saqueada en varias ocasiones entre 1357 y 1360, episodios en los que el barrio judío se llevó la peor parte ya que no estaba protegido por la muralla.

 

 

La destrucción fue tal que al término de la guerra se llegó a valorar desmantelar la judería, pero finalmente prevaleció el interés del rey de mantenerla y se siguió con los planes de reconstrucción en virtud de los cuales, por ejemplo, en 1370 el obispo Pedro Pérez Calvillo había otorgado un permiso para reconstruir la sinagoga.

Sin embargo, la ciudad superó sin grandes problemas la ola de violencia de finales de siglo, en parte porque la aljama estaba contribuyendo de forma importante a la reconstrucción de la ciudad, así que no hubo asaltos a la judería como los que sufrieron en 1391 tantas ciudades de Castilla y Aragón. De hecho, en estos años el barrio judío alcanza su máxima extensión.

 

 

No obstante, la convivencia sí se había hecho más difícil y las familias judías pierden parte de su pujanza durante los primeros años siglo XV, hasta que hacia 1430 las relaciones entre comunidades vuelven a mejorar, sobre todo gracias a la política de Alfonso V, que incluso llegó a conceder exenciones fiscales a la judería en 1457, como parte de su plan para dinamizar el comercio y la economía en el reino. Todo esto llevó a una nueva época de bonanza que llevó a la construcción de la Judería Nueva, de la que se tiene constancia documental fechada en 1440. Una prosperidad que se prolongó durante el reinado de Juan II, sucesor de Alfonso V.

 

 

Pero todo se dirigía a un abrupto final que tuvo un primer episodio con la implantación de un tribunal del Santo Oficio en la ciudad en 1484, que supuso una quiebra de la convivencia entre comunidades. En 1492 muchos judíos se trasladaron al cercano reino de Navarra y otros buscaron su nuevo hogar en el Mediterráneo partiendo desde Barcelona y Tortosa. Se cree que alrededor de la mitad de la comunidad se convierte, pero estos sefardíes siguieron siendo perseguidos por la Inquisición durante buena parte del siglo XVI.

 

 

La judería de Tarazona

La visita a la judería de Tarazona o, mejor dicho, a las juderías de Tarazona puesto que están la vieja y la nueva, puede empezar por el Centro de Interpretación de la Cultura Judía Moshé de Portella, en el Palacio Episcopal, un pequeño pero muy interesante recorrido por lo que fueron los siglos de presencia sefardí en la ciudad. Desde el Palacio es posible internarse en lo que era la judería a través de la Rúa Alta, entrando en el entramado de pequeñas calles medievales entre las que están la propia calle Judería, donde se pueden encontrar la Casas Colgadas, uno de los monumentos más llamativos y sorprendentes de la ciudad y, en la época medieval, la línea fronteriza entre el barrio alto y la zona habitada por los sefardíes.

 

 

Muy cerca, prácticamente en el cruce entre la Rúa Alta y la calle Aires está también la fachada de la Sinagoga Mayor, aunque el interior del edificio se ha reformado mucho desde el siglo XV. Se tiene constancia de que en la zona había varias edificaciones más de la comunidad judía, como la casa del rabino, pero en cambio no se sabe donde estaba o qué fue del mikvé. Junto a ese punto encontramos la Plaza de los Arcedianos, en la que se celebraba una semana al año la fiesta del Sucot, Allí, en el final de lo que hoy es la Rúa Baja, que corre más o menos paralela a la Alta, estaban la carnicería y la cofradía de la aljama, en edificios que llegaban hasta la actual Plaza de Nuestra Señora y por encima de la acequia de Selcos, que atravesaba las instalaciones de la carnicería. Y también desde la Plaza de los Arcedianos parte la Cuesta de los Arcedianos, una estrecha callejuela con escaleras y de aspecto completamente medieval, como prácticamente toda la zona que estamos recorriendo, que era la entrada a la Judería Nueva.

 

 

Por último, el viajero puede también acercarse al Palacio de Santafé, una casona de la que se tiene constancia de que fue reformada en 1502 por la que era una de las principales familias de judíos conversos y que hoy es un hotel. Desde allí, cuatro minutos de paseo nos llevarán al Convento del Carmen, edificado sobre lo que fue el antiguo cementerio judío.

Ruta por la herencia judía de Tarazona

Las singulares y emblemáticas Casas Colgadas enmarcan el barrio hebreo de la bimilenaria Tarazona. El hermoso entramado urbanístico de la judería presenta estrechos pasadizos y misteriosos callejones. Restos de la historia hebrea que el tiempo no ha conseguido borrar.

Diario de Viaje

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